martes, 28 de diciembre de 2010

la region mas transparente

Donde habita la región mas transparente?

Quizás en el fondo del mar donde la luz del sol no llega? y los colores se pierden, ¿lo que allí habita se vuelve transparente? Tanto, que con los ojos humanos no podemos ver.

O por ahí la región es entérica, nos circunda, nos contiene, nos trasmite sonidos, que nuestros ojos no alcanzan a ver, pero si, nuestros oídos, de alguna manera nos conduce el pensamiento, aveces la transparencia nos esclaviza, porque el pensamiento no es transparente, inclusive creo que los pensamientos tienen formas, estoy convencida que de acuerdo donde vayan nuestros pensamientos ahí ira nuestra vida.

Por lo tanto ya se pierde la transparencia.

También puedo hablar de otro tipo de transparencia, de la que sabiendo que las cosas están, pero como no me gusta verlas, se me hacen invisibles como si fueran transparentes.

Este tipo de transparencia, es tirana, porque al negarme, me llena de culpas, por lo tanto trato de ejercitar la no transparencia, de las cosas injustas.

Pero en este afán de querer ver lo que muchas veces se oculta, me parece que mi esfuerzo es débil, tanto que muchas veces, la que se vuelve transparente, a diferentes situaciones soy yo.

Por lo tanto la región mas trasparente no le atañe a la humanidad, no hay una región, es un estado energético donde los intereses no tienen cabida.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Sombras



La sombra del caballo negro se proyecta —más negro espeso aún— sobre la oscuridad del paisaje. No logro precisar hasta qué punto el hálito de soledad (la mía) me impide apreciar detalles del entorno. Por momentos (tomando siempre al corcel como referente) un escorzo violento de belfos y remos se rebate con rapidez contra paralelas fugando hacia un horizonte que deja de serlo apenas antes de encontrarse consigo mismo. Resta solamente la intuición de un escurridizo punto de fuga. Tanto que excede la agudeza de mi vista primero y la de mi fantasía después. Pero sin mediar intervalos perceptibles cambia mi ángulo visual y debo alzar la cabeza con forzada torsión del cuello para abarcar una arquitectura de furor y músculos que partiendo de los cascos traseros asciende en ijares, grupa, lomo, crines y el gesto de unos dientes escapando de la boca abierta en el relincho atroz. Apenas el apoyo de esas patas, el resto trepando casi épicamente a un cielo que mi imaginación completa en gris y nubarrones pero en verdad no es sino vacío esfumándose hacia el vacío.

Nada en el porte soberbio supone vacilación o desconcierto. El estupor es mío, suspendido de un espacio sin otras coordenadas que mis propias oquedades y la extrañeza de unas ropas que poco contribuyen a esclarecer mi condición. Pantalones ceñidos, un sacón basto, morral al cinto y una pértiga de fresno o abedul me ubican en un papel que no me reconozco pero tampoco podría declinar. Ni un recuerdo en mí permite separar un antes de un ahora, como si comenzara a vivir en este instante. Lo obvio lo es creo por la circunstancia. Dado el caballo, cuya magnitud lo hace a la par de imponente irrefutable, debo ser el encargado de su cuidado. Peón, caballerizo o palafrenero, él y esta vastedad son mi única abarcable realidad. Mis manos no son delicadas, antes bien curtidas —pareciera— en el ejercicio de las herramientas y las armas. Tampoco mis vestidos, que denotan la fábrica tosca y sin pretensiones de una vida rural. Cerrar los ojos debiera ayudarme en la fijación de datos que percibo inaceptablemente escasos cuando no contradictorios. Sin embargo poco acude a mí sino una bruma de marchas ancestrales y el resplandor de unas hogueras. Escaso material por cierto. Olores primitivos, mezcla de sudores y cuerpos pudriéndose a la espera de los sepultureros o los buitres. Creo haber escuchado que mis abuelos instalaban a sus muertos en medio del desierto, en la parte más alta de las torres del silencio, donde la intemperie y las aves carroñeras se encargaban de reducirlos a calcios y fosfatos. No quemábamos a los muertos. Nuestra gente jamás hubiera aceptado mancillar el fuego con la pestilencia de un cadáver. Mi recuerdo de aquellas torres —apenas me atrevo a llamarlo recuerdo— cala por cierto hasta mucho más atrás de la infancia. Alguna noche se alzaron flanqueando las esquinas de un tablero taraceado en cedro y ébano. Al cantar el muecín la segunda llamada, se ponían en movimiento los soldados primero, los caballos y los alfiles después. Con el correr de las horas el campo de batalla se poblaba de sangre y de silencio, dominado en absoluto por la solidez impetuosa de las torres. Más no consigo ahondar en mis recuerdos. Y ni siquiera puedo afirmar mi propiedad sobre estos trazos tenues de una memoria que repta pertinaz por entre otra memoria más antigua. Ignoro si la historia se limitaba a copiar las infelices estrategias que ambos reyes jugaban a representar entre el sacrificio de sus hombres y los ayes de sus muertos. O si fieles a un mandato que jamás pensaron desacatar —no se hubieran atrevido— obispos y mandatarios, escribientes y oficiales, plebeyos y chambelanes registraban sobre los escaques blancos y negros el rumoroso quehacer de la colmena. En mi piel puedo descifrar la secuencia de infinitos padecimientos y en mi alma la crónica de los inalcanzables sueños y las devastadoras esperanzas. Cuando llegue el momento también mi cuerpo será abandonado en lo alto de una torre para iniciar la última travesía hacia unos huesos despoblados y libre al fin hacia la nada. Previamente cumpliré un mandato escrito en mi corazón antes de nacer. Montar este caballo negro que relincha sobre sus piernas a la espera de emprender el vuelo. Sus alas duras baten sin emoción el rocío de la noche. Tiemblan las narices y los belfos. Yo también estoy temblando. Ignoro si quedan más soldados sobre el campo y no escucho ya la arenga de los alfiles. Ni puedo anticipar si las reinas sobreviven o si los reyes han de clausurar la batalla al tajo ferviente del puñal o con un brindis. Me aferro a las riendas y mis piernas ciñen su cuerpo brioso embistiendo el espacio más y más alto. Ignoro el rumbo y el destino de los otros tres jinetes. Los presiento infinitamente lejanos pero al mismo tiempo casi a mi lado. Única compañía —por otra parte— en el momento en que diviso a mi frente el perfil de la torre que custodia el flanco derecho del rey blanco.

Un leve apretón de talones y las espuelas rozando la piel estirada y sudorosa. Mi caballo negro retensa sus músculos y con las alas desplegadas en el supremo gesto del abrazo contempla empavorecido la mole hambrienta de la torre que se nos echa encima.


© GE / Ricardo Rojas, setiembre 2001 

domingo, 19 de diciembre de 2010

Invitación a escribir


Mis queridos amigos, para no perder el buen hábito de escribir, les propongo una consigna es una frase de Carlos Fuentes y tiene una magia de la que a ustedes les toca abrevar para crear un texto propio. ¿Se animan?
"La región más transparente."

viernes, 10 de diciembre de 2010

Candidez

En esa casa sola y con una cama de testigo. Ellos eternos enamorados,
decidieron darle forma a esa fantasía, textura a esos cuerpos para ellos
desconocidos. No existían sonidos, ni palabras, solo el lenguaje del amor y
de los cuerpos se iban a expresar esa noche. Noche que guardaría su
secreto.
_ Veni sentate, le dijo el, señalando la cama, ya con su pantalón
desabrochado.
Con el miedo de lo desconocido y la adrenalina de lo prohibido, ella se
acerco a el, sentándose en la cama, sintiéndose invadida de sensaciones
nuevas, raras pero hermosas. En su mente resonaban los mandatos
impuestos desde pequeña, pero su sexo parecía gritar, eso que nunca había
escuchado, pero que solo el lo provocaba.
_Quédate tranquila, le dijo.
Las palabras fueron un bálsamo, ya nada ocupaba esa mente, solo había
lugar para ese sentir nuevo. Besos y caricias estremeciendo cada
centímetro de piel, perdiéndose en ese pequeño mundo de sensaciones, que
solo le pertenecía a ellos, se descubrieron, se amaron, palmo a palmo;
hasta ahogarse en el mismo placer, que sus cuerpos vírgenes provocaban.
                                                                            
                                                         25 de agosto de 2010 Jesica Frias

martes, 7 de diciembre de 2010

Hugo Mitoire, escritor chaqueño

HUGO MITOIRE


Hugo Mitoire es médico cirujano, profesor de química y escritor chaqueño.
Cansado de ver tanta sangre en los quirófanos, abandonó la profesión y se puso a escribir cuantos de terror.
Varios de sus amigos –y la mayoría de sus familiares- opinan que no está bien de la cabeza, pero por lo que sabemos, el hombre asegura que se dedicó a las ciencias médicas y a los átomos, con la elevada finalidad de comprender y explicar científicamente, los íntimos mecanismos de misteriosos casos de transformaciones; la presencia de seres del Más Allá y todo tipo de entelequias o espectros que abundan en la faz de la tierra.
Muchos de sus libros se basan en las creencias que adquirió en ese CHACO adentro que lo vio crecer desde pequeño.



Caribe, un paraíso para pocos

Patrañas. De eso se trata esa burda propaganda de diversos organismos sobre nuestras instalaciones, atención y servicios.
Siempre se han tirado en nuestra contra, todos los años con sus patéticos informes de duras críticas, consejos, sugerencias y hasta condenas e intentos de clausura.
Al final siempre la misma cantinela, son todos iguales, la OMS, la ONU, la Cruz Roja Internacional, el Consejo de Seguridad, la Corte de La Haya, pero...quien los conoce?
Hasta han llamado a nuestra institución “la cárcel”. Pamplinas. Aquí en nuestro Parador Caribeño, en este paraíso tropical la atención es de primera, la alimentación y hotelería un verdadero lujo y la seguridad ni le cuento.
El hecho que nuestros pasajeros no vean la luz y el sol, es al solo efecto de evitar lesiones de piel; que a veces se les apliquen diferentes métodos (que algunos llaman de tortura), es al solo fin de perfeccionar nuestros ya avanzados sistemas de inducción a la conversación; que nadie pueda visitarlos?, es cierto, pero para que?, si aquí estamos nosotros para cualquier cosa que necesiten; que no se les permite asesoramiento legal?, por supuesto, bien sabemos todos que los abogados siempre tratan de enredar la cosas para cobrar más.
Guantánamo, un lugar diferente. Base Guantánamo, te espera con los brazos abiertos.
Autor: Hugo Mitoire

El reloj


Instrumento demasiado importante, para que haya sido banalizado y popularizado, como se llego a tratar tal genial descubrimiento que casi tendría que ser un elemento de veneración y de gran respeto.

Ya que el mismo, permitió al humano, creer que atrapo a los días y que el tiempo universal se divide en horas. ¿Qué pasaba en realidad cuando el reloj quedaba sin cuerda, se detenía el mundo? Para colmo los digitales nos dicen, que si son la 24 Hs. podemos darnos cuenta que es de noche.

Este magnifico elemento, siempre nos mostró, y lo teníamos delante de nuestros ojos, el lento andar de la vida, que nada termina y todo vuelve a comenzar, nos mostraba que no hay principio ni fin, al terminar con la esfera que yo no la llamo horas, sino la esfera de la vida, se creo el reloj digital, donde todo es igual nada comienza ni termina, es un continuo ir Hacia donde? No es fácil encontrar el centro.

Este instrumento cuando no era tan accesible precisamente por su complejidad, de contener el tiempo de nuestra vida. Generaba ciertas discusiones familiares ya que el mismo se heredaba, en general pasaba al brazo del hijo mayor, como una herencia muy valorada porque no solo el hijo podía ver pasar su tiempo de vida sino que cada vez que mirara al tirano recordaría porque lo tiene ahora en su muñeca, propio de los mayores que aun después de muerto, siguen influyendo de algún modo.

La popularidad del reloj en estos tiempos nos permite no disgustarnos entre familias, el objeto ya carece de valor simbólico, por que no duran toda la vida, salvo que tenga un valor económico, pero en fin por lo económico las familias se pelean aunque no haya reloj de por medio.

Para hablar un poco a favor del reloj, tengo que reconocer, que es el verdadero artífice de la puntualidad, ya sea con esfera o digital, nos permite programar una cita a la hora en punto y quien nos dice que quizás a partir de ese encuentro el reloj nos empiece a marcar otros rumbos, podemos tomar el antibiótico que nos cura a la hora en punto, podemos llevar a nuestros hijos al colegio a la hora en punto.

En fin generó sociedades más organizadas y más dependientes de las estructuras. Nos quito la espontaneidad de llegar a la casa de los amigos sin avisar si esta bien y si no volvíamos después, desde que el adminículo se popularizo los amigos nos dicen, pasa por casa de 18 a 20 que seguro me encontras.

ESCUCHEN

Escuchen. Dentro de un instante, la muerte de este humilde escritor, va a ser puesta frente a sus ojos.
Por que mi muerte dirán? Por que ya no quedan más que despojos, de aquel que algún día fui, siento que soy un árbol viejo, al que el otoño dejo ver su desnudez.
Mi musa se marcho, así como cada pájaro que anido en mis ramas, ahora ya débiles y secas. Siento mis raíces secarse, mas no siento la savia recorrer por mis venas. Todos aquellos frutos que soñaba tener, pasan a ser parte de mi pasado, pero no su amor, quedo aferrado a mi como un gusano que me corroe por dentro, llevando poco a poco a una muerte triste, pero dulce.
Ya no queda nada para mí, hasta la tierra que esta bajo mis pies, siento que ya no me pertenece. Solo estas hojas amarillas, en que dejo mis últimos suspiros de dolor.  Perdón por tanta tristeza, pero es lo único que alimenta los últimos latidos de este ser, que ya volverá al polvo de donde alguna vez Salio, para sufrir no en vano, por amor.

Jessica, 05 mayo 2010

lunes, 6 de diciembre de 2010


Crónica

Saltaban. Corrían. Miraban hacia arriba.
Miraban al cielo. Y saltaban.
Hacia arriba miraban. Y corrían.
Hasta que empezaron a llegar.
Reptando entre los matorrales llegaron.
Tiznados como zorros grises llegaron.
Erizados como puercoespines llegaron.
Colmillos y garras afiladas llegaron.
En silencio, agazapados cayeron.
Desenvainados alfanjes y bayonetas llegaron.
Y el cielo de repente oscurecido.
Y los matorrales de repente sangrando.
Y el día hecho alarido, maldiciones y silencio.
Y al caer la noche, solo. En silencio.
Solo mi llanto. Yo. ◊

Gregorio, lunes 14 de setiembre 2009

Rucachoroi (Casa de los Loros)



Barriletes vivos cargados de palabras.
Somos palabras que vuelan, plumas que cantan.
Almas que ríen y disfrutan de volar en libertad.
Por encima de los campos.
Saltando los semáforos y los alambrados.
Ajenos a la burocracia y a la leche agria.
Somos nuestra propia esperanza en vuelo.
Una promesa de risa compartida.
Somos los inquilinos provisorios del arcoiris y las nubes.
Somos pequeñas brújulas de música y de sol.

L(a)raña