viernes, 25 de marzo de 2016


Extrema unción


Al entreabrir los ojos y encontrar su mirada cálida encima de él, comprendió que se estaba muriendo. Llevaba encima y debajo de la piel cicatrices de su desamor. Arañazos del desprecio. Machucones de su desdén. Esas aureolas tumefactas que señalan el sitio donde la otra mano aprieta y ahoga. La quemadura de su sonrisa indiferente. El cráter que los ojos hirientes abren en las vísceras agobiadas. El rubor que ya no asoma y el sudor que se derrama piel adentro como un veneno. Pero murió feliz. Una sonrisa de plenitud cerrándole la boca. Sin llegar a darse cuenta de que la enfermera de la noche sostenía cerca de su cara desahuciada aquella foto de hacía quince años desde la cual ella —moribunda— sonreía.

GE / Ricardo Rojas, agosto 2010

sábado, 8 de diciembre de 2012

Uno no es adivino


Me llamo Emilse pero todos me dicen Emi. Amo la vida, amo amar la vida, no sé si me tienen. La parte sustanciosa de la vida, esa cosa de dejar resbalar la mirada detrás de un zorzal o una cucaracha. A fin de cuentas ¿qué vale más? claro, depende si te contesta una zorzala o un cucaracho. Vivir para vivir, de eso se trata digo, sin hacerse el bocho con mucha política ni demasiada filosofía. No quiero compromisos, bah, no quería hasta que conocí a un quía que me dobla en años y en cintura. Soy una boluda, tiene razón mi vieja. La bruja me cazó al tiro, leí los mensajes en pleno vuelo ¿qué le viste a ese jovato, nena por favor? Antes no me importaba. Mejor dicho sí me importaba y me tomaba el tiempo para seducir al guardavallas antes de entrar de lleno al campo de juego. Hasta que un par de malas experiencias me aconsejaron cambiar el rumbo, porque ni el mismo diablo puede cargar a la vez con una vaquillona y su ternerita. Vaquillonas llenas de mañas y agachadas, de enamorarse de tu pancita y al mismo tiempo batirle a la nena que no sé cómo podés siquiera mirar ese salvavidas espantoso. Terminás el partido arañado a cuatro manos. O seis, como me pasó en el verano, por pararme a hacerle un mimo a un bebito que me tiró los brazos al pasar junto a su cochecito. Juro que apenas le guiñé un ojo y seguí caminando. No había dado cuatro pasos cuando el pendejo pega un alarido ¡papá! Hace diez días que me tienen en terapia intensiva. Yo no sé cómo explicarlo. Primero porque soy un bebé de apenas un añito y no hablo ni tengo uso de razón. Hablar, hablar lo que se dice ni de ahí. Mamá, teta, papá. El resto lo pienso pero no me puedo expresar. Y es poco lógico que un bebito haga terapia. No por mí sino por lo boludos que suelen ser los terapeutas. Llegado el caso corrés el riesgo de que te metan en una vitrina y te exhiban por dos mangos como el fenómeno del siglo. Se me escapó sin darme cuenta, eso es todo. Sentí que algo me atraía de ese señor gordito y le grité papá. Cuando mamita y yo quisimos arreglarla, mi viejo se le plantó adelante y lo planchó de una trompada. Después entre mamá y la abuela me explicaron que nunca hay que hablar con un extraño. Uno no es adivino.

GE/viernes 7 de diciembre 2012

viernes, 7 de diciembre de 2012

L(a)raña regresa

Mis queridos amigos, L(a)raña aparece nuevamente con su ponzoña renovada. Esta vez les propone escribir un texto que siga su línea hasta que algún personaje secundario pase a ser principal y así una vez más, de modo que el gráfico del escrito sería una línea atravesada por otra en otra dirección y ésta por otra más. Seré buena por única vez: estamos hablando de Emilse, la cosa se pone buena y se cruza un señor panzón en su camino y el relato, como novio infiel se va tras el señor de prominente abdomen contándonos interesantes cosas de su vida y/o su pensamiento pero he aquí que se cruza un bebé en su carrito y el relato va tras él abandonando al buen gordito. ¿Se entendió? Que las líneas sean larguitas ¿eh?, no como lo ejemplifico acá.
Les va a gustar hacerlo, vamos, a pensar y a escribir.
¡Ah! Por favor, si alguien sabe cómo abrir el blogg para que pueda participar todo el mundo le suplico que lo haga.En realidad, con mis ocho patitas y mi tela inevitable... ¡los quiero muchísimo!

jueves, 6 de diciembre de 2012

Aloncito blanco


A primera vista, un canario blanco. Algo más corpulento acaso. Y ajeno desde ya a la fauna ornitológica local, limitada a zorzales, calandrias, benteveos y horneros; evetualmente un cardenal o un carpintero. Más los infaltables gorriones y chingolos, de vez en cuando tordos y por excepción un colibrí. Amén de dos o tres tipos de palomas. Se lo presentía vulnerable, sobre todo por el color, llamativo tanto sobre el césped como sobre la tierra. En casa no corría demasiado peligro, excepto los gatos del vecindario. Más nos preocupaba verlo andar por la calle o sobre las veredas, en busca de alimento. Donde al peligro de los vehículos se sumaba el de hondas y gomeras. Sin embargo nos acompañó incólume al menos cuatro temporadas, entre 2003 y 2006. Tengo presentes estas fechas, porque corresponden a un período especialmente feliz en reconocimientos literarios. Al punto de llegar a asociarlo con mi suerte en el tema. Desapareció tal como había llegado, de repente y sin dejar rastros. Ni una pluma. Nada que permitiera imaginar su suerte. Lo sentí al principio como angustia y al fin como una pena dulce que se fue evaporando con el tiempo. Hoy es recuerdo amable, un compañero querible que evoco con cariño. ◊ © GE 2012

sábado, 1 de diciembre de 2012

El otro lado



Recostado cabeza abajo, con las piernas recogidas y mis brazos que solo me permiten realizar movimientos lentos, siento como mi corazón se acelera y este lugar que es mi habitad parece presionarme. Abro los ojos y no veo nada. Siento mi cuerpo resbaladizo, rodeado de un liquido tibio que no me sabe a nada. Pero que me hace sentir confortable.
Un pequeño vaivén me mece y todo mi cuerpo comienza nuevamente a ser presionado, como si mi propio habitad me fuera a expulsar. Escucho voces pero no entiendo que dicen, solo una de ellas me resulta familiar. No se que estará pasando. Nuevamente viene esa presión, las paredes se me achican y la gravedad me va venciendo.
Siento como un túnel se va abriendo ante mi, una gelatina resbaladiza me ayuda a deslizarme. La voz que me es familiar la percibo cada vez mas cerca. Algo esta pasando, ahora soy yo el que se deja llevar por este túnel, quiero atravesarlo mi cuerpo siente esa necesidad.
Miedo y adrenalina se mezclan. Un movimiento brusco y un quejido de dolor me llama la atención. Un estallido, y ahí estoy yo viendo la luz. Emitiendo un sonido extraño que sale de mis pulmones. Siento esa dulce voz arrullándome y esos brazos tibios, que me eran ajenos en el otro lado de la vida.

A mi hijo Jeremias Benjamin, gracias por llenar mi vida de tanta felicidad.